Desde que el inventor de botellas William Stanley introdujo el primer termo hermético —con aislamiento al vacío— totalmente de acero en 1913, el nombre Stanley se ha convertido en el aliado de confianza de generaciones. Ya sea el termo que le regalaron a tu abuelo por su 15 cumpleaños o la taza Trigger Action que compraste para un fin de semana largo de acampada, nuestros termos están hechos para durar toda la vida. Y cuando decimos #BuiltForLife, hablamos en serio: en nuestra sede tenemos un termo Stanley que fue atropellado por un camión hace décadas y aún se toma café en él. Ni un solo escape.
Cuando llevas 100 años fabricando termos tan resistentes y queridos como los nuestros, escuchas historias fantásticas de cómo la gente utiliza nuestros productos. Es algo más que un viejo termo que tienes por ahí para darle un sorbo de vez en cuando, es una forma de vida. Y para las personas que atesoran con cariño nuestros termos, la esencia de #BuiltForLife es sinónimo de aventura, de diversión y de llevar las cosas al límite.
Estas son las historias que definen #BuiltForLife, recopiladas a lo largo de los 100 años de historia de nuestros clientes. Esta es la historia de los irrompibles.
A 4000 metros: café caliente en el pico Low, monte Kinabalu
“Era la 1:30 de la madrugada. La temperatura había estado cercana a cero durante la mayor parte de la noche. Me puse la chaqueta y unos calzoncillos largos, me dirigí a la despensa del campamento con mi termo Stanley para acampada. Sinceramente, era la primera vez que lo utilizaba.
Vacié unos cuantos sobrecitos de café y azúcar, añadí agua hirviendo, lo cerré bien, lo metí en mi bolso y me preparé para salir hacia la cumbre a las 2.30. Para cuando llegamos a la montaña, casi todo se había congelado. El agua tibia que traje en un termo aparte —que no era Stanley— se congeló a mitad de camino, así que dudaba de que mi termo Stanley lleno con el café caliente hubiera soportado las inclemencias de la montaña.
Mi equipo llegó a la cumbre aproximadamente a las 6:00 de la mañana, momento en el que el sol casi había salido y rondaban las temperaturas bajo cero. Hicimos algunas fotos y finalmente saqué mi termo Stanley, compartí una taza con mi compañero y me atrevo a decir que el café aún estaba hirviendo. El café instantáneo nunca me había sabido tan bien como aquel que tomé tan cerca del cielo. Mi termo Stanley ha demostrado lo que vale, sin duda”.
-Mohamad Adam Bin Mohamad Yakob
Como un ave fénix que renace de las cenizas
“Mi madre me compró un termo Stanley en 1979 cuando empecé a trabajar en el sector de la fontanería. Hace años, cuando trabajaba en Maryland, en el hotel en el que me alojaba hubo una insólita explosión de gas y quedó completamente calcinado. Yo no estaba allí en ese momento, pero mis cosas sí que estaban allí. Perdí todo lo que llevaba conmigo. Después de que extinguieran el incendio y retiraran los escombros, ¿qué fue lo único que quedó prácticamente intacto? Mi termo Stanley.
He usado ese termo todos los días desde entonces. Ya no es verde y tiene bastantes abolladuras, pero todavía me mantiene el café caliente todo el día, todos los días. Lo uso en el trabajo y cuando me voy a cazar o pescar. Es muy raro que no lo lleve encima. ¡Empezó a trabajar conmigo y se jubilará conmigo!”
-Greg Gillard
Una caída de 500 metros
“En 1978, trabajé en una mina subterránea. Mientras esperaba para bajar al nivel donde trabajaba, me tiraron el termo Stanley de la mano y cayó rodando. Pensé que lo había perdido, pero ese mismo día, al comprobar las bombas del sumidero, lo encontré flotando. Estaba abollado por la caída de 500 metros y le faltaba el vaso, pero por lo demás estaba intacto. ¡Hoy en día sigo usando el mismo termo!”
-Monte L.
De generación en generación
“Cuando era niño, recuerdo con cariño que mi padre se levantaba temprano, mucho antes del amanecer. A veces me levantaba y veía un termo Stanley en la encimera junto a la enorme fiambrera de mi padre. Recuerdo que papá mencionó que solo había un termo que mereciera la pena llevar al bosque: un Stanley. Solía decir que no había nada peor que el café frío. Recuerdo haber pensado que un día sería mayor y con orgullo llevaría mi propio Stanley al bosque. Pronto crecí y fui a la universidad. En verano trabajaba en el bosque. Compré mi primer Stanley ese verano y con orgullo me lo llevé al bosque. Tener un Stanley era un signo de estatus.
Ahora, 35 años después, mi hijo ha ido a la universidad y trabaja en la construcción en verano. Me levanto cada mañana a las 5:00, le preparo una fiambrera y le lleno su primer termo Stanley. Dice que es un termo increíble. También se lo lleva con orgullo al lugar de trabajo. Mi abuelo, mi padre, yo y ahora mi hijo hemos llevado con nosotros un termo Stanley. De generación en generación, los termos Stanley siguen siendo una institución familiar. Algún día, mis nietos también llevarán con ellos un termo Stanley”.
-Dennis H.
El distintivo de honor: un roce de bala
“Mi termo Stanley Classic ha soportado 10 años de uso extremo en Estados Unidos, México, Centroamérica, Chile y Perú. Aunque ahora es oficialmente el termo más feo del planeta, funciona como el primer día. Su distintivo de honor es un roce de bala que recibió en una obra en Guatemala durante un intento de robo. Mi plan es que me entierren con mi Stanley”.
-Dave Moreno
Stanley contra un vehículo de 18 ruedas
“Es una historia breve y bonita: A mi marido se le cayó el termo debajo del camión sin querer. Luego lo arrolló con las 18 ruedas, cargadas con 35 000 kilos. Cuando se dio cuenta de que había desaparecido, retrocedió para encontrarlo, y lo volvió a arrollar.
Cuando salió del camión, recuperó el termo, ¡que solo tenía unos pequeños rasguños! Y se sirvió un humeante café caliente que llevaba ahí por lo menos 8 horas”.
-Anónimo
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